La salud física y mental de las personas está influenciada por una gran variedad de factores. Pero, ¿cómo pueden afectar las actitudes de otras personas el bienestar de los individuos? En este artículo, examinamos el impacto que tienen las microagresiones en la salud.

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Las microagresiones son una forma insidiosa de discriminación. ¿Cómo afectan la salud? Edición de fotos por Steve Kelly; crédito de la imagen: kkgas/Stocksy.

El profesor Derald Wing Sue, psicólogo líder en la Universidad de Columbia, y sus colaboradores definen las microagresiones como “los desaires, desprecios o insultos cotidianos, verbales, no verbales y ambientales, ya sean intencionados o no, que comunican mensajes hostiles, despectivos o negativos a las personas a quienes se dirigen, basándose únicamente en su pertenencia a un grupo marginado”.

El origen del término “microagresión” se remonta a los años 70, y fue acuñado por el psiquiatra afroamericano de la Universidad de Harvard Chester Pierce, específicamente en relación con la raza.

Desde entonces, se ha ampliado para incluir a otros grupos marginados, como las mujeres, las personas LGBTQIA+, las minorías religiosas, las personas con discapacidades y las que proceden de entornos socioeconómicos bajos.

Tal como lo conceptualizó el profesor Sue y sus colegas, las microagresiones pueden pertenecer a tres categorías distintas:

  • microataques, la forma más abierta de microagresiones, que se presentan en forma de desaires e insultos que pueden ser verbales o de comportamiento
  • microinsultos, que afirman estereotipos prejuiciosos a través de comentarios insensibles que hacen presunciones sobre la inteligencia, la moralidad o la pertenencia de una persona a un grupo
  • microinvalidaciones, comentarios que tienen el efecto de devaluar o negar la experiencia vivida por las personas marginadas.

Las microagresiones pueden ser el resultado de un prejuicio consciente, pero también pueden revelar prejuicios inconscientes. A menudo, una persona puede cometer una microagresión sin admitir conscientemente que la actitud expresada por sus palabras o acciones es discriminatoria.

Las nuevas investigaciones sugieren que, al igual que las formas más explícitas de discriminación, este tipo de discriminación encubierta tiene repercusiones negativas concretas en la salud de quienes la reciben.

La exposición crónica a las microagresiones puede tener un impacto directo o indirecto en la salud, cuando se produce dentro de un sistema de atención médica.

Cuando una persona experimenta estrés, puede provocar respuestas fisiológicas, como la elevación de la presión arterial, el aumento del ritmo cardíaco y la secreción de ciertas hormonas, como el cortisol. La discriminación es un factor de estrés social, y actúa en el cuerpo de la misma manera.

Uno de los efectos de esta mayor respuesta al estrés se reveló en un estudio sobre las diferencias raciales en el sueño. Los participantes afroamericanos que declararon haber sufrido más discriminación lograron un sueño de ondas lentas menos profundo, el estado de sueño profundo asociado al descanso.

El sueño es fundamental para el funcionamiento fisiológico saludable del cuerpo, incluyendo el sistema inmunitario, los sistemas hormonales y la función mental.

Dos análisis de 2009 de las investigaciones existentes, uno en Journal of Behavioral Medicine y otro en Psychological Bulletin, examinaron la relación entre la discriminación percibida y una variedad de afecciones físicas.

Ambos concluyeron que la discriminación era un factor de estrés con un impacto negativo en la salud y la morbilidad, en particular la hipertensión y la enfermedad cardiovascular.

Aunque cada vez hay más bibliografía científica sobre las relaciones entre la discriminación y los resultados en materia de salud física, se necesita más investigación para mostrar el verdadero impacto de las diferentes formas de discriminación y agresión discriminatoria.

La discriminación está asociada a una mayor incidencia de las enfermedades mentales, la violencia, la pobreza y las desigualdades en la calidad del tratamiento y el acceso a la atención médica, todo lo cual tiene sus propias repercusiones en la salud. Aislar el impacto físico directo de las microagresiones es un reto cuando hay tantos cofactores en juego.

Esto se ve agravado por los datos que sugieren que la discriminación aumenta la probabilidad de que las personas adopten comportamientos poco saludables, como fumar, beber o comer en exceso, que pueden servir como estrategia inmediata para reducir el estrés, pero son factores de alto riesgo de enfermedad a largo plazo.

Entre los efectos más conocidos de las microagresiones están los que afectan la salud mental.

Una investigación de 2015 sobre la relación entre las microagresiones y los pensamientos suicidas se centró en 405 estudiantes de minorías raciales y étnicas de una universidad grande de Estados Unidos. Los participantes calificaron la frecuencia con la que se encontraron con diferentes tipos de microagresiones junto con las respuestas a las preguntas sobre su bienestar mental.

La tendencia de los datos mostró que cuanto más a menudo experimentaban los estudiantes las microagresiones, mayor era la incidencia de pensamientos suicidas en cuatro de sus seis categorías de microagresiones.

Esto corrobora los resultados de un estudio realizado el año anterior sobre un conjunto de datos de 506 adultos de diversos grupos raciales, que descubrió que las frecuencias más altas de microagresiones raciales eran un vaticinador significativo de la salud mental negativa entre los participantes, en particular los síntomas depresivos, la ansiedad, la visión negativa del mundo y la falta de control del comportamiento.

Las microagresiones pueden ser a menudo inconscientes, pero revelan prejuicios subyacentes que pueden repercutir en el tratamiento de las personas.

El éxito de la relación entre el paciente y el profesional de salud requiere confianza. Cuando se revelan los prejuicios, esa confianza puede verse dañada, y el paciente puede desarrollar una asociación negativa al momento de buscar atención médica.

Un estudio de 2015 sobre la atención médica de los pacientes indígenas americanos con diabetes encontró que más de uno de cada tres de los 218 participantes en el estudio había sufrido microagresiones raciales por parte de sus profesionales de salud.

Junto a esto, calificaron los síntomas depresivos de los pacientes, la incidencia de infartos y las hospitalizaciones en el último año. Se observó una correlación positiva significativa entre el número de microagresiones experimentadas y cada una de las tres medidas de salud y bienestar del estudio.

Para las personas LGBTQIA+, una de las formas más comunes de microagresiones en la atención médica es la suposición de que las personas son heterosexuales y cisgénero.

Está bien documentado que estas comunidades tienen un riesgo significativamente mayor de consumo de tabaco, alcohol y drogas, enfermedades de transmisión sexual, angustia psicológica y suicidio como resultado de una mayor prevalencia de la discriminación, el rechazo y la violencia.

Si los profesionales de salud hacen suposiciones sobre la sexualidad y el género de los pacientes, esto puede bloquear el acceso de los pacientes a los servicios de salud adecuados. Como resultado, también es posible que los pacientes busquen atención médica con menos facilidad.

La misma tendencia se da también en los centros de salud mental. Según un estudio de 2014, más de la mitad de los clientes de asesoramiento de entornos raciales y étnicos marginados informaron que habían sido objeto de microagresiones por parte de sus terapeutas.

La percepción de las microagresiones se correlacionó negativamente con su satisfacción con el asesoramiento y la relación con sus terapeutas.

Para conocer más sobre cómo surgen estos prejuicios, Medical News Today habló con la Dra. Elinor Cleghorn, especialista en humanidades médicas y autora del libro Unwell Women, que relata la historia de los prejuicios de género en la atención médica desde la antigua Grecia hasta la actualidad.

“Tenemos la tendencia a pensar en la medicina dentro del marco de la ciencia, que la anexa a este lugar de imparcialidad y objetividad”, dijo la Dra. Cleghorn. “En realidad, las raíces de la medicina están incrustadas en la sociedad y la cultura, y como la medicina se ocupa de los asuntos más fundamentales de la vida y la muerte, a lo largo de su historia ha absorbido y reflejado las ideas de la sociedad sobre quiénes somos como personas”.

“Durante el último siglo, la [medicina] solo se ha convertido en esa ciencia que sabemos que se basa en la evidencia; […] [en los siglos anteriores], los practicantes de la medicina tenían que basarse en suposiciones sobre quiénes eran las personas, qué hacían sus cuerpos y quiénes eran realmente”, explicó.

Sin embargo, gran parte de este status quo persiste hasta nuestros días, dando lugar a una discriminación sistemática en los entornos sanitarios.

“Para los antiguos griegos tenía sentido que las mujeres existieran [solo] para procrear […] eso era ‘ciencia’ para ellos, era irrefutable. Se empieza a crear un discurso médico en torno al cuerpo de las mujeres centrado en estos supuestos hechos […] de que todo en su salud gira en torno a su vida reproductiva”, señaló la Dra. Cleghorn.

“Esto se ha repetido y reiterado a lo largo de los siglos porque la medicina siempre ha estado dominada por los profesionales masculinos, que han tendido, en su mayoría, a mantener estas divisiones de género”, señaló.

Siguió describiendo cómo este contexto histórico puede manifestarse en microagresiones en un entorno médico en la actualidad:

“Las microagresiones pueden adoptar muchas formas, y son muy interseccionales. Las microagresiones que [una] puede experimentar como mujer blanca educada pueden derivar de un precedente histórico según el cual las mujeres que se preocupan por sus dolores deben ser ‘histéricas’ […], mientras que para una mujer de color, la percepción de su dolor lleva la carga de [un] contexto histórico diferente, en la medida en que puede experimentar microagresiones de tono racial que vayan surgiendo”.

“La mayoría de los médicos, si se les llama la atención sobre esto, dirían ‘por supuesto que no creo que las mujeres negras no sean vulnerables al dolor’, pero esas han sido las actitudes que han conformado la cultura [médica]. Está ahí porque no se ha controlado, porque no se ha analizado ni renovado el molde en el que se ha forjado la ciencia”, subrayó.

El Instituto de Medicina está de acuerdo en que los prejuicios implícitos y los estereotipos pueden desempeñar un papel en las desigualdades médicas observadas entre los grupos marginados, y sugiere que una estrategia para reducir su impacto es la contratación de más profesionales de salud procedentes de comunidades subrepresentadas.

Al igual que con cualquier forma de prejuicio inconsciente, abordar las microagresiones requiere una autorreflexión crítica. La formación, que aumenta la conciencia de los propios prejuicios y promueve el contacto intergrupal, puede ser una herramienta eficaz para mejorar la atención al paciente.

Ofrecer esta formación también aumenta la probabilidad de que los trabajadores se sientan capaces de hablar abiertamente de su propia sexualidad e identidad de género entre sus colegas, lo que aumenta aún más la oportunidad de contacto entre grupos.

Consultada sobre qué cree que podría ayudar, la Dra. Cleghorn citó el valor de la investigación:

“Un paso es utilizar los testimonios, las voces y las experiencias de las mujeres y otras personas marginadas en un contexto de investigación significativo […] Que este tema se estudie desde una perspectiva sociológica, es algo realmente nuevo. Lo que hemos tenido desde principios de la década de 2000 son estos estudios pioneros como The Girl Who Cried Pain, (La niña que lloraba de dolor) que demostró que, estadísticamente, las mujeres tienen muchas más probabilidades de que se les recete un sedante o un antidepresivo cuando informan de un dolor crónico. Sin embargo, los hombres tienen más probabilidades de que se les recete un analgésico, mientras que las mujeres tienen muchas más probabilidades de que la causa del dolor se diagnostique como psicológica o emocional, mientras que los hombres, [como] física”.

“Estudios [como este] han puesto de manifiesto lo arraigado que está el tema, pero también han mostrado cómo se puede estudiar”. A menudo, cuando hablamos de cosas como las microagresiones […] se siente como algo amorfo. Saber que hay mecanismos que nos permiten analizar estas cuestiones de forma crítica es realmente importante”, señaló.

“Ese estudio [The Girl Who Cried Pain] era una combinación de testimonios de pacientes, pero también de cosas como los registros de ingreso. Fue una verdadera exploración cualitativa y cuantitativa. Cuanto más analizamos este asunto como algo que puede estudiarse objetivamente, más podremos avanzar en su eliminación”, concluyó la Dra. Cleghorn.

Lee el artículo en inglés.

Traducción al español por HolaDoctor.

Edición en español el 11 de julio de 2022.

Versión original escrita el 2 de mayo de 2022.

Última verificación de datos realizada el 2 de mayo de 2022.